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Tierra blanca

Bad Bunny convertirá el Super Bowl en un grito de resistencia cultural

  • Foto del escritor: Catalina Palma R.
    Catalina Palma R.
  • 3 oct
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 4 oct


En la industria musical, el silencio se ha convertido en estrategia de supervivencia. La autocensura es parte del contrato: no incomodar a gobiernos, no incomodar a corporaciones, no incomodar a la audiencia. Todo con tal de no arriesgar contratos ni ventas millonarias.


Tomando esto en cuenta, la elección de Bad Bunny como protagonista del show de medio tiempo del Super Bowl 2026 no es solo un hito, sino que también un gesto político.


Benito Martínez Ocasio comenzó en el trap, un género despreciado por la crítica tradicional y asociado con frivolidad. ¿Qué podía aportar un joven de San Juan que rimaba sobre sexo?, y más aún si era latino. El prejuicio fue inmediato. Pero disco tras disco, video tras video, discurso tras discurso, se encargó de desmentirlo.


Hoy su música se ha transformado en un grito cultural que denuncia distintas luchas: racismo, machismo y, sobre todo, las políticas migratorias de Estados Unidos, que por décadas han criminalizado a los mismos trabajadores que sostienen su economía. No es casualidad que, en plena era Trump, Bad Bunny haya decidido no actuar en el país.


El 8 de febrero de 2026, el mismo artista que se negó a callar, será el primer latino en solitario en encabezar el show más visto de la televisión estadounidense. El Super Bowl, con más de 100 millones de espectadores globales, el escenario más corporativo del planeta: patrocinadores multimillonarios, espectáculo empaquetado, mensajes cuidadosamente diseñados para no incomodar a nadie. Y ahí estará Bad Bunny, con un comunicado que no dejó lugar a dudas: “Esto es para mi gente, mi cultura y nuestra historia”.


La reacción estadounidense de políticos fue inmediata. Congresistas republicanos acusaron a la NFL de “politizar” el espectáculo y de “rendir pleitesía a la cultura woke”.


Ted Cruz deslizó que “el Super Bowl no debería usarse para activismo antiestadounidense disfrazado de música”. En Fox News, los paneles ya anticipan un show “lleno de mensajes anti-Trump, en español y para dividir al país”.

La paradoja es brutal: los mismos que critican a Bad Bunny por “politizar el entretenimiento” son los que convierten su mera presencia en un escándalo político.


El entusiasmo latino contrasta con esa incomodidad conservadora. Para millones de espectadores invisibilizados en EE.UU., un artista que canta en español, sin pedir permiso ni disculpas, será un acto de representación. Para la derecha estadounidense, que lo acusa de ser “un activista radical” y “odiador del ICE”, será una advertencia: su país no puede seguir negando la diversidad de quienes lo habitan y sostienen, porque seamos honestos, ¿dónde estaría Estados Unidos sin su base de inmigrantes que hacen ejercen el trabajo que les genera millones?


Lo que se juega no es solo un show con luces, coreografías y producción millonaria, si no que es la posibilidad de que un artista masivo utilice el escenario más corporativo del planeta para recordar que la música no tiene por qué ser complaciente. Que el éxito no debería implicar traicionar la identidad propia, ni callar la comunidad a la que perteneces.


Bad Bunny ha demostrado que se puede llenar estadios sin esconder el acento. Que se puede liderar la industria sin acallar sus principios. Que el éxito no requiere traicionar a los tuyos. En una época en que tantos artistas prefieren refugiarse en la neutralidad, él recuerda que el arte también es político.


El 8 de febrero, en el Levi’s Stadium, no solo veremos un espectáculo musical, será un acto de resistencia cultural transmitido al planeta entero. Y quizás, cuando el conejo malo tome el micrófono, la mayor lección no será lo que cante, sino lo que encarne: que en un mundo que exige silencio para triunfar, todavía hay quienes deciden gritar.


Porque el Super Bowl será su escenario. Pero el mensaje será para la historia.


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