Vientre subrogado: desigualdad romantizada
- Catalina Palma R.
- 27 jun
- 3 Min. de lectura
El pasado 21 de junio, en el marco de la marcha por los derechos de la comunidad LGBTQI+ en Santiago, algo llamó la atención: un grupo de asistentes conformaban una sección con carteles a favor del vientre subrogado, celebrándolo como un gesto de amor y de diversidad familiar.
Me genera una gran incomodidad el ver como se ha romantizado el método de vientre subrogado (o de alquiler)y todo lo que este conlleva, justificándose como un acto de amor, que incluso ha utilizado espacios de manifestación.
No puedo evitar pensar como se ha disfrazado un sistema que, en la práctica, pone precio a la gestación de una vida. Se habla de acuerdos, de deseo de ser padres, de modernidad e inclusión, pero en el fondo, este modelo capitaliza el cuerpo de mujeres —normalmente empobrecidas— para que otros puedan obtener lo que desean: un hijo con su “linaje”.
En el mundo pop esto se ha vuelto casi una tendencia. Khloe Kardashian tuvo a su último hijo mediante vientre de alquiler. Incluso el futbolista Cristiano Ronaldo, el actor Robert De Niro y Ricky Martin han confirmado haber utilizado esta vía. En Chile, Pancho Saavedra tuvo a su segundo hijo por maternidad subrogada, que es otro término para el mismo método.
Mediante estas figuras –su exposición pública y afecto– cada vez el proceso se ve más legitimado. Y no, mi afán no es juzgar su deseo de formar una familia, sino de mirar con lupa las condiciones en que ese deseo se materializa, orque siento que muchas veces esta elección viene de sectores que incluso se declaran provida, pero que tienen una moral flexible cuando el cuerpo en cuestión no es el propio.
Es difícil no ver la contradicción cuando quienes levantan la voz contra el aborto son los mismos que firman contratos donde se exige a una mujer gestante no subir escaleras, no mantener relaciones sexuales o incluso acatar la decisión de abortar si el feto presenta alguna malformación. Muchos de estos contratos son explícitos, fríos y deshumanizantes.
Y entonces pienso: ¿qué pasa con los niños que ya existen, que están en el sistema de adopción? No es un camino fácil, lo sé, pero es significativo que tantas personas lo descarten tan rápido. ¿Será porque estos niños ya tienen una historia? ¿Por qué no se les puede moldear desde el útero? ¿O simplemente porque no comparten su ADN?
Porque detrás hay algo de linaje, de herencia, de “mi sangre” que aún pesa demasiado. Y con eso, una mirada profundamente estigmatizadora hacia la infancia vulnerable.
Por otro lado, la conversación sobre vientres subrogados rara vez incluye la voz de las mujeres que gestan. Se vuelve un tema de celebridades, de derechos reproductivos de quienes quieren ser padres, de la ciencia, de la legalidad. Pero pocas veces escuchamos el testimonio de quienes alquilan su cuerpo. Muchas veces son mujeres migrantes, madres solteras, con problemas económicos. Algunas lo hacen una vez, otras más de cinco. ¿Es una elección libre cuando se hace por necesidad? ¿Hay verdadera libertad cuando la alternativa es el hambre o la deuda?
Y si observamos objetivamente, vemos un patrón claro: se trata, en su mayoría, de procesos financiados por personas con alto poder adquisitivo. Incluso dentro de la comunidad LGBTQI+, quienes acceden a este método tienen que contar con ingresos suficientes para costear los procesos que van más o menos entre los 80 mil y los 200 mil dólares.
La inclusión no debería pasar por la capacidad de comprar lo que el sistema patriarcal históricamente ha puesto a disposición: el cuerpo de una mujer.
Al ver como normalizan algo tan cuestionable, me siento en la necesidad de invitarlos a ver estas prácticas con objetividad, sino, seguiremos naturalizando una forma más de desigualdad. Y lo haremos con la excusa perfecta: el amor a un hijo.
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